¡Viva el 1º de Mayo!

Desde finales del siglo XIX y, más en concreto, desde 1886, este ha sido el grito de los obreros para celebrar con ganas (y con toda la fuerza del mundo) la jornada reivindicativa de ocho horas de trabajo al día frente a aquellas jornadas interminables e ininterrumpidas.

Este fue el principio. A esta lucha de «ocho horas de trabajo, ocho de ocio y ocho de descanso», se fueron uniendo poco a poco los distintos gritos contra tanta injusticia en el campo del trabajo.

No cabe duda de que el 1º de Mayo simboliza las reivindicaciones históricas y actuales de la clase trabajadora, recoge el ideal de cambio hacia una sociedad sin explotadores ni explotados y constituye una fiesta hacia un mundo de mayor dignidad en el trabajo. El 1º de Mayo siempre será un canto a una nueva primavera para las trabajadoras y los trabajadores.

Los cristianos nos entrelazamos con lo anterior, que lleva consigo unas raíces tan humanas –¿y por qué no, tan evangélicas?– que ensanchan y agrandan esas quejas y protestas. Y así LA PALABRA profetiza que «el jornal de los obreros que segaron vuestros campos, y ha sido retenido por vosotros, está clamando y los gritos de los segadores están llegando al Señor todopoderoso» (Sant 5, 4), nos recuerda sobre todo que «Jesús de Nazaret fue un trabajador» (Mc 6, 3) y nos facilita que san José sea nuestro patrono.

Por eso, siguiendo al papa Francisco, «pidámosle a san José Obrero que nos ayude a luchar por la dignidad del trabajo, para que haya trabajo y que sea un trabajo digno. No un trabajo de esclavos. Que esta sea nuestra oración hoy» (Homilía 1 de mayo de 2020). Y siempre.

Y así celebramos el 1º de Mayo «a Dios rogando y con el mazo dando».

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