Jesucristo fue migrante entre nosotros. ¿Y lo acogieron? «Lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada». En las afueras del pueblo, porque no le dieron cobijo (Lc 2 1-7).
No solo nace en la exclusión, sino que tiene que experimentar la huida por las amenazas de muerte de Herodes.
La imagen de Jesús itinerante es la habitual que nos presentan los evangelios. Tiene que vivir de la generosidad. A veces… «el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza» (Lc 9, 58). Y muere fuera de los muros de la ciudad.
Cuando envía a sus discípulos… les pide que vayan despojados y necesitados de acogida (Mt 10 y Lc 9 y 10). Para que se vean obligados a depender de los demás. «comed y bebed lo que os den». El no ser acogidos está igualmente previsto «Sacudíos el polvo de los pies…».
La hospitalidad es un asunto central en el Evangelio. Las recomendaciones de Cristo a sus discípulos de socorrer las necesidades de los hermanos y especialmente de los extranjeros: «Venid benditos de mi Padre… era extranjero y me hospedasteis» (Mt 25, 34-35). Jesús proclama que quien acoge al forastero, le acoge a él y además heredará el reino. El Señor se identifica con ellos: por su humildad provisionalidad, movilidad y dependencia de los demás.
Jesús pone cual es la regla de oro: «Todo lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos». «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Identifica el modelo de ser un buen cristiano en el buen samaritano, un extranjero, no dudó en socorrer a un hebreo herido que estaba al borde del camino.
La hospitalidad es una virtud elogiada en la Biblia y se considera una forma de mostrar amor y compasión hacia aquellos que son vulnerables o necesitados. Son signos de poder hasta encontrarse con el Señor.
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Párroco de Nuestra Señora de Linares, Córdoba
Delegado de Migraciones de la diócesis