Reaprender a ser comunidad

Este es el título del cuaderno para la reflexión a compartir este «Día de la HOAC» en todas las diócesis. Con él queremos caer en la cuenta de que solos no podemos avanzar.

Celebrar el Día de la HOAC, que se convoca el 3 y 4 de mayo y alrededor de esa fecha en las diócesis, es una oportunidad para el encuentro y poder compartir con personas de nuestros ambientes, simpatizantes, amigos y familia lo que somos y hacemos. Es momento para celebrar junto con otras personas y grupos, de acogerlas y demostrarles que nos importan.

También, para celebrar la fiesta, salir de nuestra realidad cotidiana y disfrutar con la presencia de los demás, del intercambio de visiones, experiencias y culturas. De quitar desconfianzas para ocuparnos en que disfruten de la charla, la comida, la música, la eucaristía…

Esta celebración se encuadra en nuestra campaña cuyo lema es «Cuidar el trabajo, cuidar la vida». El trabajo tiene una dimensión social, un claro sentido comunitario. Haciéndolo junto a otras personas somos comunidad y colaboramos a construirla. Revitalizando nuestro ser social conseguimos eliminar el individualismo.

Por eso, en este día queremos disfrutar de la presencia, la cercanía, el tejer vínculos que van generando fraternidad. Aprovechar para estar con esas personas que hemos conocido en los últimos tiempos, con quienes hemos compartido reflexión y lucha en algún momento y así empezar a tejer esas nuevas relaciones que han de estar basadas en el diálogo. Hace falta acompañar y generar el sentimiento de pueblo.

Celebrar así se convierte en oportunidad de vivir de otra manera, de plantearnos otros modos de vida que nos acercan al proyecto de sociedad que soñamos, y que tiene que ver con los sueños de Dios. 

Reflexión: Todo el mundo es una zona de contacto

Con esta frase del papa Francisco en Laudate Deum tomamos conciencia de que, como seres sociales, nuestro destino está ligado a una familia, a un barrio, a muchas relaciones y que durante nuestro recorrido vital vamos aumentando y profundizando estos vínculos.

Sin embargo, este sistema nos convence de que no necesitamos esa identidad comunitaria y, por tanto, no somos responsables de la marcha de la sociedad, ni de la suerte de las personas empobrecidas. Desde la desconfianza hacia los demás y el miedo a lo desconocido esta cultura dominante nos desvincula del sentido de lo común.

Las consecuencias son dramáticas; la desigualdad, el empobrecimiento en todos los sentidos que llevan a optar por el «sálvese quien pueda» y a ver como algo natural que nuestras relaciones sean frágiles e interesadas.

Ante esto, el trabajo nos construye como personas, como pueblo y como creación, nos involucra en la comunidad y se hace comunidad. Si a esta motivación le añadimos el deseo profundo de cuidar la vida, iremos generando espacios sanadores que tejan vínculos que repercutirán positivamente en la convivencia en nuestra sociedad y en nuestros ambientes.

Necesitamos vínculos comunitarios porque el individualismo no cuida. Por eso debemos esforzarnos en ir cambiando esta mentalidad y ayudar a pensar en «términos de comunidad», tener conciencia de que somos ecodependientes e interdependientes y necesitamos generar relaciones sanas y que sanen
Si cultivamos la espiritualidad del cuidado conseguiremos avanzar en que el cuidado sea cultura, que revolucione, que se abra camino entre tanta inequidad y ojos cerrados.

Frente a estas relaciones líquidas e interesadas tenemos que mostrar claramente nuestra opción por el cuidado de los vínculos, el gusto por el compartir y el empeño en la construcción del bien común.

Referencias
Llévatelo y comparte

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