La COVID-19 ha puesto toda la sociedad patas arriba. La pandemia nos ha hecho refugiarnos en la seguridad de nuestras casas, pero… ¿a todos?
El confinamiento ha sacado a la luz la importancia de determinados trabajos. Muchos oficios y tareas que pasaban desapercibidas para una gran mayoría de la sociedad, hoy son valorados por la repercusión que tienen en lo más esencial de nuestra vida cotidiana: personal de limpieza, transporte, cuidados, servicio doméstico, comercio, trabajos del campo, etc. En estos empleos es muy normal ver a trabajadores migrantes, de hecho en una buena parte de ellos son mayoría.
Es muy relevante el problema con el que nos encontramos en estos días en España: faltan trabajadores para la recogida de diversos productos del campo, trabajadores rumanos, polacos y marroquíes, pero el grueso de la mano de obra en este sector no puede realizar este trabajo tras el cierre de fronteras. Están todavía en nuestra memoria reciente las condiciones en las que malviven estos trabajadores y que fueron descritas por el relator de Extrema Pobreza y Derechos Humanos de la ONU, Philip Alston, la realidad en la que viven los temporeros de la fresa de la provincia de Huelva: «como animales» y «en condiciones mucho peores que un campamento de refugiados». Con esta ambivalencia vivimos la realidad de los migrantes en España: los necesitamos, pero no les damos derechos de ciudadanía.
Existe otra realidad, la de los migrantes que subsisten de la economía informal: manteros, recicladores, peones del campo, que nos están dando una lección de solidaridad. Por ejemplo, los sindicatos de manteros han puesto en marcha cajas de resistencia para ayudar a paliar las consecuencias económicas del coronavirus en este sector dada la imposibilidad de ejercer la venta en la calle.
Reflexión: Apertura a la fraternidad
Existe un fariseísmo social que no quiere reconocer a los migrantes sus derechos de ciudadanía, mientras por otro lado los necesita para que realicen tareas muy poco demandadas por trabajadores españoles. Tenemos que superar este fariseísmo y abrirnos a una mayor fraternidad con todas las personas y especialmente con las más vulnerables de nuestra sociedad. Para promover este cambio debemos dar pasos personales y colectivos en torno a:
- Acompañar. Es necesario conocer, renovar nuestra mirada sobre estas realidades. Potenciar sentimientos y actitudes de acogida con los colectivos de migrantes. Abrirnos a la escucha, a compartir experiencias. Apoyar las iniciativas de las personas migrantes, facilitando su protagonismo y corresponsabilidad.
- Concienciar, cambiar la mentalidad. Emprender procesos personales y comunitarios que produzcan un cambio de mentalidad y que nos ayude a acoger, proteger, promover e integrar a las personas migrantes.
- Denunciar. Visibilizar y dar voz a las situaciones en las que viven las personas migrantes, las dificultades legales y sociales con las que se encuentran para su integración. Promover, desde nuestros barrios y ciudades, lugares de acogida en nuestro compromiso social, político y sindical.
- Construir, vivir experiencias. Impulsar, apoyar y vivir experiencias alternativas con migrantes y entre migrantes. Impulsar alternativas a los CIE, visibilizar las experiencias de familias acogedoras, impulsar la renta de ciudadanía, potenciar el asociacionismo entre las personas migrantes de apoyo mutuo y su integración en organizaciones sociales, culturales, sindicales y políticas del entorno donde viven, etc.
La Iglesia, especialmente, estamos llamados a una verdadera conversión en relación con los inmigrantes, a un cambio de mentalidad y de corazón: purificarnos de actitudes de diferencia discriminatoria y de exclusión/expulsión, para dar paso a la acogida, la justicia y la solidaridad, y alumbrar una nueva humanidad. Jesús nos lo diría con estas palabras: «Lo que hicisteis a uno de estos, inmigrantes,
Referencias
Informe La inmigración en España: efectos y oportunidades
Experiencias de personas inmigrantes en tiempos de COVID-19
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Militante de la HOAC de Alicante