Sinfonía de esperanzas

Dios, tozudamente, sigue naciendo y en la vulnerabilidad: un niño. Un niño que es esperanza de todo un Dios, con sueños para una tierra y una gente desvencijadas por un «sistema que mata, excluye, destruye la dignidad humana». Un niño que es esperanza para la humanidad que no quiere rendirse y quiere ser cómplice del sueño de Dios.

Un niño que es propuesta de liberación, propuesta para construir un mundo mejor; es la propuesta de un Dios activista que nos invita a formar parte de su plan… y, como María, aceptamos «hágase en mí», para que ese niño manifestara la ternura de Dios, su esperanza, su vulnerabilidad, su capacidad para hacer camino con los hombres y mujeres en la historia.

Y todo un Dios se hace entraña y nos toca. Y cuando el amor de Dios es real y no un arrebato místico, nos pone en camino a la solidaridad (Lc 1, 39-45). Entonces, nos importan las personas empobrecidas, la tierra madre, el sufrimiento de los pueblos, nos duele el mundo obrero empobrecido, nos indignan las guerras, las injusticias y no podemos estar quietos… El encuentro con el «Dios con nosotros» que nos anima a decir: ¡el Reino está aquí y es posible y yo estoy comprometido en él!

Y sentimos la responsabilidad de ser esperanza para Dios que se juega su «prestigio» con nosotros y nosotras, quienes nos llamamos sus seguidores. Y nosotros nos convertimos en la esperanza de Dios, que es la esperanza de la gente empobrecida, de los últimos, de «los descartados». Y, en esta sinfonía de esperanzas, las palabras de Jesús con las que comienza este adviento: «…levántense, alcen la cabeza: se acerca la liberación de ustedes» (Lc 21, 25-28.34-36), son nuestra esperanza.

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