Un seguidor de Cristo se ve urgido a leer con frecuencia en la Palabra, y más alrededor de la fiesta de Pentecostés, ese pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 1-13) conocido como la venida del Espíritu Santo.
¿Por qué digo esto? Porque en ese acontecimiento se encuentra, ni más ni menos, el corazón de la Iglesia. «Porque sin el Espíritu Santo, Dios está lejos, Cristo permanece en el pasado, el Evangelio es letra muerta y la Iglesia es una simple organización, la autoridad se convierte en dominio, la misión en propaganda, el culto en evocación, y el quehacer de los cristianos en una moral de esclavos».
Porque el Espíritu abre puentes y derriba muros. Porque su presencia es aliento, soplo y, a veces, un viento huracanado cargado de novedad (aunque nos parezca que nosotros perdemos el control), de armonía (porque la riqueza, variedad y diversidad nunca provocan conflicto) y de fuerza para la misión (pasando continuamente de una comunidad autorreferencial a una Iglesia en camino hacia las periferias).
En el libro de los Hechos se observa con toda claridad cómo aquellos discípulos pasan desde el miedo a la valentía, desde el aislamiento a la salida, desde un mismo y único espacio a la diversidad de lenguas y pueblos, desde la particularidad a la universalidad y desde el mutismo hasta el «hablar» de tal manera que dejaban «estupefactos y perplejos» a los oyentes.
Es que el Paráclito libera del narcisismo (mirarse al espejo), del victimismo (todos están contra nosotros) y del pesimismo (la oscuridad sin salidas). Muchas de estas ideas son del papa Francisco.
Conclusión: el discípulo de Jesús de Nazaret, el militante de la Acción Católica o de la HOAC es un entusiasta o…
¡Ojo! Para ser militante entusiasmado, necesita no estorbar demasiado al Espíritu.
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Consiliario de la HOAC de Andalucía
Colaborador del ¡Tú!