La expresión «siempre pagan los mismos» nos puede parecer un recurso fácil para etiquetar cualquier situación poco favorable, pero si la aplicamos a las familias obreras de nuestro país resulta totalmente cierto.
Y no solo porque las estadísticas lo corroboran, sino porque la terca realidad nos muestra cada día cómo se las va empobreciendo: la inflación sube tres veces más que los sueldos, la cesta de la compra se come el 11% del salario neto, la hipoteca el 40% de los ingresos y el alquiler el 30%; la factura de la luz alcanza una media de 76 euros; el gas subirá un 8% más… Ni falta nos hace coger la calculadora para demostrar, fehacientemente, que las cuentas no cuadran, que sobra mes al final del sueldo, que por más que se estire el dinero, la situación no mejora. Así no hay manera de ahorrar, ni de permitirse una escapadita de fin de semana, ni para imprevistos.
A este empobrecimiento se le suman otros elementos que agravan las condiciones de vida de una familia: esperar más de siete días en obtener cita en el centro de salud y 113 para una operación; un año para que te llegue la resolución de la ley de dependencia; encontrar múltiples obstáculos para solicitar las ayudas si no se tiene firma digital; el acceso a la cultura se ve limitado por la falta de poder adquisitivo… y suma y sigue: un entorno vecinal con escasez, incluso falta, de servicios, de espacios comunitarios para el encuentro y establecer relaciones de vecindad, de medios de transporte adecuados y adaptados…
Todo esto merma la vida familiar y la vida de las familias, les resta capacidad de participación y organización para luchar colectivamente y revertir su situación.
Nos toca escuchar su clamor y hacer política.
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Militante de la HOAC de Canarias