¿Qué injusticia no merece ser denunciada ni luchada? ¿Qué acto de violencia no nos hace indignarnos, reprobarlo o repudiarlo? ¿Qué gesto de desamor no nos hiere y nos rasga la esperanza?
Seguramente nuestra respuesta contendría algo así como que «ninguna injusticia, ni violencia ni desamor nos deja indiferentes ni pasivos».
Si miramos en nuestros ambientes y observamos a instituciones y Gobiernos, constataríamos que no se actúa con la misma contundencia ni la misma compasión cuando en esa situación de injusticia es una mujer la víctima.
En el subconsciente social pervive la idea de que unos son más iguales que otras, que la violencia contra las mujeres es «de ámbito privado» y que nada tiene que ver con la cultura que respiramos ni con la educación que recibimos. Desde esta perspectiva, amor y justicia no riman con la exigencia de igualdad de las mujeres, con la denuncia de esta sociedad patriarcal ni con la esperanza de construir un mundo donde los más fuertes no tengan la última palabra ni te quiten la vida.
El amor no reduce su campo de actuación a lo conocido y cercano, sino que se solidariza con las que sufren, con todas las víctimas; lucha para que ellas no sean humilladas, sometidas ni negadas; le duele cómo se discriminan a las mujeres, se las explota, maltrata, ningunea o se las somete, constantemente, al escrutinio público.
Esta forma de amar precisa justicia para devolver la dignidad arrebatada, yendo a las causas que provocan la violencia; no se contenta con querer sino que necesita actuar, un compromiso expresión del cuidado hacia las otras y de responsabilidad en la construcción de una sociedad más igualitaria; genera procesos educativos para ir cambiando la mentalidad; y establece relaciones más humanas e igualitarias como base para la transformación de las instituciones.
Llévatelo y comparte
Esta sección también la tienes en documento pdf e imagen jpg para que la puedas descargar, imprimir, compartir…
Militante de la HOAC de Canarias