Si al principio de la pandemia nos deshacíamos en aplausos hacia el personal sanitario, ahora cunde la fatiga y el «sálvese quien pueda».
Elisa es administrativa en un centro de salud. A pesar de las indicaciones dirigidas a la población, necesarias para reducir los contagios y las muertes por COVID-19, en las últimas semanas llegan cada vez más pacientes que no siguen las recomendaciones preventivas.
Potenciales portadores del virus, e incluso confirmados, acuden sin cita previa, deambulan por las instalaciones, como si nada. Se dirigen a Elisa, como al resto del personal administrativo y facultativo, con la mascarilla deteriorada, mal colocada o bajada del todo.
Hay quien lo justifica para «hacerse entender mejor» o por estar hartas de que les limiten su libertad. Parecen inconscientes del riesgo de contagio al personal sanitario que provocan o si son conscientes, no les importa.
Ya solo cuenta el sufrimiento propio, como mucho el de los «nuestros». La fatiga pandémica (ansiedad, desánimo y desesperanza) se está llevando por delante la compasión, la solidaridad, el cuidado mutuo y las esperanzas de salir mejor y más fuertes. Ir al bar, viajar, festejar en las casas, quitarse la mascarilla… son ahora la prioridad.
Nuestro modelo de sociedad requiere que la persona se adapte a las necesidades de la producción y reduce la felicidad al consumo sin fin y la comodidad máxima. En realidad, eso solo es posible para una minoría, porque el planeta no da para más. Sin embargo, es la meta a la que aspira ilusamente una gran mayoría. El individualismo y el hedonismo de una cultura que naturaliza el abandono de las personas a su suerte no entienden de límites morales.
Discernimiento
«La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso (…) De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo» (Caritas in veritate, 21. Benedicto XVI).
«Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío (…) El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia» (Fratelli tutti, 36. Francisco).
Actúa y transforma
¿Percibo a mi alrededor más actitudes de despreocupación o de cuidado mutuo, apatía o esperanza en una humanidad mejor después de la pandemia?
Personalmente, ¿cuido al prójimo como a mí mismo con humildad e interpelo con amor a quienes les cuesta?
¿Qué pides a las instituciones para que recuperen la confianza de nuestras sociedades en ellas?
Llévatelo y comparte
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