Ahí está Cristo y no lo vemos

Hay campos de refugiados en nuestras ciudades y no los vemos. No tienen alambradas, pero sus habitantes no pueden salir, no pueden buscar un futuro. Son los asentamientos que se van formando a las afueras de nuestras localidades. Familias obreras pobres, muchas migrantes, van malviviendo en chabolas hechas de cartón y chapa. Sin agua, sin luz, con temperaturas imposibles de soportar y agua por todos lados cuando llueve. Él, un militante hoacista, no puede celebrar diariamente la eucaristía en su parroquia y no ver al mismo Cristo malviviendo en esos asentamientos. ¿Cómo es posible que ninguna institución haga algo? Efecto llamada, rechazo de la mayoría de la vecindad… excusas que una y otra vez recibe la asociación en la que participa y que está comprometida en esa realidad. Saben que hay que atajar las causas, denunciar este sindiós, pero cuando visitan un asentamiento, entran en sus chabolas, cogen en brazos a sus niños… también saben que hay que hacer algo ya. Hay que organizarlos y acompañarlos. Hay que buscar soluciones. Su fe mueve montañas. Hace unas semanas llevó a su obispo a un asentamiento. Este escuchó en persona sus demandas y se involucró en encontrar respuestas a esa situación. No son fáciles, pero es que es el mismo Cristo quien vive en los asentamientos. Todos los profetas han sido y son incómodos porque pueden ver a Dios donde otros solo ven pobreza que molesta.

Ora et labora

Esta semana, cuando vayas a celebrar la eucaristía, piensa en este militante hoacista. No podemos encontrarnos con Dios en el templo si no somos capaces de verlo con nitidez donde otros solo ven pobreza que molesta. Y es que la eucaristía continúa cuando el que la preside nos da la bendición y nos dice «podéis ir en paz». Podéis vivir la paz, ser agentes de paz… Y no hay paz sin justicia. Podéis ir en justicia, construir la justicia, ser justos… Entonces, como nos invita el relato, tenemos que abrir bien los ojos para ver a Dios, al Cristo, entre los pobres que nos rodean (Mateo 25: 35-40). No levantemos muros, construyamos puentes. A muchos migrantes sin papeles y a otros con su situación regularizada pero pobres, como, por ejemplo, las familias obreras rumanas de etnia gitana, los estamos rechazando y viendo como enemigos y no como hermanos. ¿Qué Evangelio leemos? ¿A qué Cristo seguimos? Pero esta realidad no puede ser solo discurso e ideas, hay que tocarla, olerla, sentirla, verla… Hay que acompañarla, conocer a sus víctimas por sus nombres propios, comer con ellos, tomar conciencia junto a ellos de qué les pasa y por qué, buscar juntos soluciones… Es ahí donde les ayudamos y nos ayudan a descubrir que Cristo vive con ellos. Piensa un momento. ¿Cómo te sitúas ante la realidad sufriente de tantas familias inmigrantes que te rodean? Concreta un compromiso con ellas, llévalo a la eucaristía y pídele al Señor que te ayude a verlo nítidamente en esas realidades.

Llévatelo y comparte

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