«No apartes tu rostro del pobre» (Tob 4, 7)

Es el lema con el que Francisco nos invita a reflexionar en esta VII Jornada Mundial de los Pobres.

El Papa hace una reflexión preciosa y profunda del texto de Tobías y, por las propias circunstancias del texto bíblico, nos recuerda aquella anécdota en la que, en el desconcierto de su nombramiento como Papa, se le acerca el ya fallecido cardenal Hummes y, cuenta el Papa, «…me abrazó, me besó y me dijo: no te olvides de los pobres».

La Jornada que se celebrará el 19 de noviembre, es ese esfuerzo permanente de nuestro Papa por cumplir con el deseo que manifestó desde el principio: «¡Cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!».

La opción por el mundo empobrecido no responde, para quienes somos creyentes, a una estrategia política, no responde a la necesidad limosnera de la pena o el sentirnos bien, ni siquiera a un mandamiento religioso. La opción por las personas empobrecidas del mundo obrero responde a una opción ética y profética que estructura nuestra fe, forma parte fundamental de la espiritualidad cristiana.

El evangelio habla de tres presencias que son claves y fundamentales: «Donde haya dos o más reunidos en mi nombre allí estoy yo» (Mt 18, 20); «Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre» (Mt 26, 26); y «Tuve hambre y me dieron de comer…» (Mt 25, 35-40). ¿Podríamos decir que una es más importante que las otras? Las tres están íntimamente unidas y las tres nos dan la posibilidad de vivir el acontecimiento creyente del encuentro con Jesús. Pero, no olvidemos que todo esto lo envuelve la encarnación: la expresión incuestionable de la presencia de Dios en el dolor humano y es una buena noticia.

Un día le di las gracias a una persona por el servicio que prestaba en el comedor social y me contestó: «Yo soy la que tengo que dar gracias por que se me da la oportunidad del encuentro directo con Jesús en su realidad más dura»; eso es mística cristiana. Esto tiene muchas consecuencias pero la más importante, para que forme parte de nuestro acervo cristiano, de nuestro ADN, es que sea, la opción por las personas empobrecidas, una gracia que se nos da en nuestra experiencia de fe, o sea, una experiencia mística.

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