Hace unos años, para la presentación de un libro sobre las huellas del Concilio Vaticano II, me pidieron que diera mi testimonio como mujer laica obrera.
Entre lo que compartí sobre mi ser mujer en la Iglesia, dije: «… con el tiempo, ya de adulta y cuando te vas metiendo más de lleno en las estructuras eclesiales, comienzas a sentir ciertas incomodidades, escuchar planteamientos que no entiendes, sientes la presión para hacerte valer, que tienes que esforzarte más en lo que dices y cómo lo dices. Que hay temas que se evitan o que no se les da importancia aún teniéndola. Ves cómo tienes que trabajarte muy bien todo lo que planteas o haces para que la sospecha no caiga sobre ti o te tachen de… en definitiva, tienes que demostrar constantemente tu valía y tus aptitudes. Y además demostrar que esas capacidades son dones que Dios te ha otorgado, que no puedes enterrarlos bajo tierra, sino ponerlos al servicio de la comunidad».
Una vez terminado el acto, se acercó un cura y me dijo: «¡Vaya, no has dejado títere con cabeza!»… Lo miré, me sonreí y ni me molesté en contestarle.
Aunque, en aquel momento, no le respondí, no dejé de darle vueltas, pues un simple comentario, en principio, sin mala voluntad, refleja la normalidad con que se asumen muchas situaciones en relación a las mujeres en la Iglesia.
La misma normalidad con la que yo aceptaba, cuando era una adolescente, las advertencias de mi madre de cómo tenía que ir a misa: sin los hombros descubiertos, sin enseñar las rodillas, sin cruzar las piernas, sentarme como una señorita, con las piernas juntas, etc., ¡menos mal que ya había pasado la época del velo!
Así, hemos consentido que estas situaciones se convirtieran en lo habitual, hasta tal punto que durante tantos siglos, muchas mujeres, hemos seguido mirando y tratando de no ser motivo de escándalo. En silencio, trabajando con constancia, sabiendo de quién nos hemos fiado, que gratis lo hemos recibido y gratis lo damos; relegando nuestras reivindicaciones porque siempre había otra cosa más importante.
En contra de lo que algunos puedan pensar (¡y temer!), las mujeres pedimos la igualdad en la Iglesia no para cambiar el poder de sexo, eso sería reducirlo todo a la cuestión del orden, quedarse en la superficie, viendo solo la espesa nada que cubre el iceberg. Con nuestras demandas, reclamos la igual dignidad de ser personas creadas a imagen y semejanza de Dios y que como bautizadas formamos, también, parte del Pueblo de Dios.
Ya está bien de que se nos invisibilice, que no se nos valore, que constantemente se nos ignore, que se nos considere el mal de este mundo, que se nos infravalore por el simple hecho de ser las hijas de Eva.
No queremos ser el parche a la escasez de vocaciones ordenadas, sino que podamos elegir cómo realizar el servicio con el don que Dios nos ha dado, para mejor responder a su llamada; decidir con libertad si queremos poner las flores en altar o aceptar una responsabilidad diocesana.
Reclamamos el mismo trato libre, abierto y amoroso que Jesús mantuvo con las mujeres: sin prejuicios, valorándolas, haciéndolas protagonistas. Él anuló los códigos sociales y religiosos de su tiempo y proclamó que sus cuerpos no eran un lugar impuro, sino lugar de salvación. Él se dejó tocar porque se dejó amar.
Queremos descubrir en nuestros coetáneos, esa misma actitud de Jesús diferente, respetuosa, comprensiva, cercana, de acogida, porque nosotras también somos sus discípulas.
Queremos construir juntas con ellos la comunidad de iguales que creó Jesús donde no ya no hay distinción «…entre esclavo o libre, entre varón o mujer».
En salida
El 27 de noviembre de 2021 se celebró la 1ª reunión de la Revuelta de las mujeres en la Iglesia. Asistieron unas 50 mujeres, representantes de más de 15 grupos, comunidades…
Por primera vez nos encontrábamos para compartir nuestra trayectoria, nuestras ilusiones y cómo seguir trabajando «hasta que la igualdad se haga costumbre».
Nos centramos en dos temas, principalmente: la preparación del sínodo de las mujeres y cómo seguir organizándonos.
Decidimos constituir comisiones para el 8 de marzo; redes y comunicación; economía y tesorería; y para difundir la celebración del sínodo de las mujeres.
Durante todo el encuentro se palpó la ilusión por conocernos, por intercambiar experiencias, las ganas de comunicarnos; la diversidad que enriquece, pues mujeres de diferentes edades, procedencias, trayectorias… se reconocían como hermanas en la construcción de la comunidad de iguales.
Reflexiona
Y tú, ¿has vivido situaciones donde te hayas sentido discriminada o ignorada en los ámbitos eclesiales donde participas? (¿o las has presenciado?)
En tu ambiente, ¿se ve como normal esta no igualdad?
¿Y qué puedes hacer tú con otros y otras para ir construyendo la comunidad de iguales?
Recursos
Publicaciones:
Isabel Gómez Acebo, Invisibles. Las mujeres del Concilio, Editorial San Pablo, Madrid 2019
Lucetta Scaraffia, Feminista y cristiana, PPC, 2021
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Militante de la HOAC de Canarias