Me pongo a escribir este artículo en un día en el que siento un fuerte dolor de espalda que me hace más consciente si cabe de la necesidad que tenemos los seres humanos de que nos cuiden, nos dediquen tiempo y cariño, y agradecida de tener un sistema sanitario público que me atiende, a cualquier día y hora.
La economía feminista ha sido la encargada de teorizar sobre la crisis de los cuidados, una tarea que históricamente se ha encomendado a las mujeres. Ha puesto encima de la mesa la necesidad de desfeminizarlos y de corresponsabilizar, tanto a los hombres como a los poderes públicos, entendiendo que puede ser una oportunidad para replantearnos la sociedad en la que queremos vivir.
Porque las mujeres, que han salido masivamente al mercado laboral, no precisan de simples medidas de conciliación que les «ayuden» a seguir con las dobles y triples jornadas con las que acaban cada día exhaustas ni tienen porqué elegir entre trabajo y maternidad. Necesitan que emerja el gran iceberg invisibilizado del trabajo doméstico y de cuidados, porque representa una economía gratuita, oculta y explotada, que aporta un gran valor: el sustento físico y emocional que nos hace personas.
Las estadísticas de los usos del tiempo muestran que todavía son las mujeres las que dedican el 70% de sus horas a estas tareas. A los hombres no se les socializa como cuidadores, ni siquiera a veces de sí mismos, por lo que una parte importante de la población adulta masculina es «dependiente» en lo doméstico y, paradójicamente, «independiente» en el trabajo productivo.
Así lo entienden todavía muchas empresas, que contratan a «individuos» con total disponibilidad, flexibilidad horaria y sin necesidad de permisos para asistir a las tutorías de sus criaturas o para llevarlas al centro de salud, que para eso están sus abuelos o madres. Esa visión productivista del capitalismo obvia que las personas no somos autónomas y, que esa interdependencia que deriva de la precariedad de la vida, solo puede resolverse satisfactoriamente si es en común.
Como toda sociedad requiere cuidados debe, por tanto, organizarlos. La cuestión es cómo lo hacemos con equidad, para que toda la población disponga de unos mínimos estándares de calidad de vida, para que el buen vivir de una parte de la sociedad no sea a costa de los demás. Porque no solo aspiramos a que la vida sea, sino a que se desarrolle en condiciones de humanidad.
La producción capitalista no tiene la posibilidad de reproducir la fuerza de trabajo que necesita, porque, además de que no tiene la capacidad, requiere de una enorme cantidad de tiempo que el sistema no podría pagar. Como nos dice la doctora en Economía, Cristina Carrasco Bengoa, el problema de fondo es que «el tiempo de trabajo mercantil, transformado en nuestras sociedades industrializadas en tiempo dinero, preside el resto de los tiempos bajo una organización productivista y masculina. Como resultado, desde el desarrollo de la industria son los horarios y las jornadas laborales las que han organizado la vida de las personas, obligando al resto de los tiempos necesarios (de cuidados, de ocio, etc.) a ajustarse a las exigencias de la producción industrial. Y, así, bajo esta lógica, se han difuminado las dimensiones más cualitativas del tiempo, aquellas más propias de la experiencia femenina ligadas al ciclo de vida y el correspondiente cuidado de las personas».
Tenemos, por tanto que afrontar un gran reto, el de transformar el sistema de producción y consumo para dar cabida al cuidado de la vida humana y de la «casa común», como insiste el papa Francisco en su encíclica Laudato si’. Esto supone cambiar la forma en la que trabajamos, reducir la jornada y racionalizar los horarios. No porque podamos producir lo mismo trabajando menos horas, que también, sino porque necesitamos tiempo para los trabajos no mercantiles, imprescindibles para la vida; para que lo productivo no absorba todo nuestro tiempo y podamos dedicarlo también a lo pequeño, lo descartado, lo frágil, como lugar donde Dios se nos revela.
Ahora que ya se ha constituido el Gobierno y que se plantea la necesidad de abordar, desde el diálogo social, un nuevo marco laboral que afronte las consecuencias derivadas de la digitalización de la economía, la transición energética y el cambio climático, tenemos la oportunidad de introducir el debate de los cuidados y cómo se vincula con los tiempos de trabajo. Porque cualquier reforma del mercado laboral será ineficaz para avanzar en igualdad si no contempla de raíz eliminar la división sexual del trabajo.
En salida
Como movimiento de Acción Católica especializada, la HOAC se suma e impulsa la acción conjunta y decidida a favor de la igualdad plena entre hombres y mujeres, por lo que se une al llamamiento a movilizarse conjuntamente en torno al próximo 8 de marzo, con el fin de erradicar las discriminaciones y desigualdades que padecen las mujeres trabajadoras en el acceso y en el empleo, la protección social y el reparto de tareas de cuidado.
Reflexiona
¿Cómo es la distribución de las tareas de cuidado y trabajo doméstico a tu alrededor?, ¿y en tu caso?
¿Qué puedes hacer por equiparar mejor las responsabilidades?
¿Qué medidas administrativas, empresariales y sociales puedes reclamar, impulsar o apoyar para que los cuidados sean también una responsabilidad compartida?
Recursos
Manifiesto de la HOAC y la JOC con motivo del Día Internacional de la Mujer. 8 de marzo de 2019.
Próximamente en www.hoac.es
Publicaciones
Carrasco Bengoa, Cristina. Tiempos y trabajos desde la experiencia femenina. Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, ISSN 1888-0576, Nº. 108, 2009.
Pérez Orozco, Amaia. Subversión feminista de la economía. Ed. Traficantes de sueños, 2014.
Gálvez Muñoz, Lina. La economía de los cuidados. Deculturas Ediciones, 2016.
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Periodista
Colaboradora del ¡Tú!