Un trabajo digno, una vivienda en condiciones, una buena atención sanitaria, una educación de provecho y hasta la paz y seguridad necesarias para desarrollarnos, nos parecen, a menudo, resultado del puro azar. Así damos por normal y natural, fenómenos que no lo son tanto.
«¡A ver si tengo suerte y puedo trabajar toda mi jornada en el mismo sitio!», me decía una trabajadora de la limpieza que pasa el día desplazándose de una empresa a otra. Un joven que conozco tuvo la suerte de conseguir un contrato de trabajo, ¡de un fin de semana! «¿Por qué tener la suerte de haber nacido en un lugar, en una familia con unas condiciones de vida, hace que mi destino sea tan diferente al de una chica de Libia que había huido de la guerra?», se preguntaba una trabajadora de una ONG.
Pueden ser simplemente maneras de expresarse, pero debemos ser cautos y percatarnos de que muchas formas de pensar, de percibir lo que nos pasa o les ocurre a los otros, reacciones que tenemos, aparentemente normalizadas, llevan gato encerrado.
Las personas nacemos y crecemos en sociedad, en la convivencia nos educamos y ganamos sensibilidad, capacidad de razonar, de enjuiciar, además de exponernos a los criterios de los demás, de la familia, los amigos. También, a través de los medios de comunicación, captamos sensibilidades, ideas y criterios de actuación. Por eso, podemos decir que nuestras conductas, incluso las que consideramos que brotan con naturalidad, surgen de los manantiales de nuestro entorno social. Y podemos aceptar como normal, lo que nunca debería ser aceptado como tal.
No podemos aceptar como normales e indiscutibles «verdades» que justifican como mal menor o como irremediable que existan personas descartadas del trabajo, de la asistencia sanitaria, de una vivienda en condiciones, de la educación, de su dignidad.
No podemos aceptar que el bien para todas las personas esté sometido a una economía que tiene como dogma el crecimiento de los beneficios y considere que lo que se debe dar, porque es de justicia, sea una cuestión de mérito individual o de buena o mala fortuna.
Igual que ese mito del crecimiento como fuente de todos los bienes ha contaminado el agua de ríos y mares, también puede haber contaminado nuestra mentalidad.
Para depurarla, necesitamos compartir entre todas las personas, empezando por las descartadas, un sueño de felicidad para todo ser humano. Un sueño que arraiga en el amor a la humanidad, inseparable de la justicia. Un horizonte hacia el que avanzar con fe, con ese convencimiento de que frente a los que piensan la vida social como una lucha por la supervivencia, es posible una concepción de las relaciones personales y de las instituciones basadas en la colaboración por la existencia, donde lo normal fuera, por ejemplo:
- Pensar que la economía y las decisiones técnicas han de servir al bien de la sociedad, de todas las sociedades.
- Considerar que nuestras necesidades básicas quedan cubiertas solo en la medida en que las del resto de la humanidad están satisfechas.
- Comprender la naturaleza, unida al destino de las personas y las comunidades, digna de ser cuidada y no expoliada o destruida.
- Entender el trabajo como el necesario e imprescindible aporte a la sociedad que toda persona hace, y que de ningún modo esté supeditado a criterios de beneficios del capital.
- Asumir que los Estados han de asegurar una renta suficiente a todas las personas para vivir con dignidad, sin que dependa de un mérito personal.
- Introducir la lógica de la generosidad en las relaciones socioeconómicas, pensando en quienes más necesitan y no en el beneficio de los que más aportan.
- Apreciar la actividad política como impulsora de instituciones servidoras de los derechos de todas las personas, empezando por los de quienes carecen de lo más necesario.
Plantearnos todo esto, supone una nueva sensibilidad, esforzarnos en utilizar estos criterios para pensar la realidad y desde ahí, contribuir con nuestro hacer para dar pasos hacia esa fraternidad deseada.
Muchas son las resistencias para cambiar una mentalidad dominada por el individualismo. Vencerlo y romper con una cultura de la indiferencia no podrá conseguirse en soledad. Necesitamos recuperar la memoria colectiva de quienes dejaron su vida por causa de la justicia y ver cómo en este presente, sediento de generosidad, hay manantiales, quizá muy pequeños, donde, desde la solidaridad, brota la esperanza de una nueva humanidad.
En salida
El 1º de Mayo es el Día del Trabajo y la festividad eclesial de San José Obrero. Los sindicatos y entidades católicas, como Iglesia por el Trabajo Decente o los departamentos de Pastoral Obrera, convocan sus propios actos. Son oportunidades para sumarse, aportar el compromiso y la visión de cada cual y para emprender o continuar el diálogo sobre el papel que el trabajo ha de jugar en la construcción de un mundo más humano. La HOAC, como movimiento de Acción Católica especializada, aprovecha también para celebrar el Día de la HOAC en la diócesis donde está presente. Sigue www.hoac.es para saber qué actos se organizan cerca de ti y de los ambientes que frecuentas. Porque, como dice el papa Francisco, «buscar una sociedad más justa no es un sueño del pasado sino un compromiso, un trabajo, que hoy tiene necesidad de todos».
Reflexiona
¿Qué actitudes hemos de cultivar para normalizar la colaboración por la existencia?
¿Qué puedo hacer para que mi comportamiento personal y comunitario favorezca que las instituciones a den prioridad al cuidado de las personas más desvalidas y de la naturaleza?
Recursos
Manifiesto Iglesia por el Trabajo Decente con motivo del 1º de Mayo
Publicaciones
Cuadernos HOAC 17, 15 y 9:
Día de la HOAC 2019.
Trabajo Digno para una Sociedad Decente.
Tú puedes hacerlo posible.
Cuadernos y reflexiones de la HOAC
Película
Captain Fantastic
Tribunas
El triunfo cultural del neoliberalismo. Marcos Roitman.
La utopía global. Enrique Lluch Frenchina.
Vídeo
Crecimiento infinito en un planeta finito. Yayo Herrero.
Llévatelo y comparte
Esta sección también la tienes en documento pdf e imagen png para que la puedas descargar, imprimir, compartir…