Tras recorrer los 5.000 kilómetros que separan Guinea Conakry de España en busca de un trabajo con el que llevar una vida mejor, Kalilou dio con sus huesos en un hospital.
Dos años después de iniciar su viaje se encontró inmovilizado en una cama, sin saber nuestro idioma y sin ningún conocido que velara por él. Hasta que un «ángel» llegó a su vida.
Llegó a Motril (Granada) en marzo de 2017 a bordo de una patera junto a otras 55 personas. Aunque se sentía enfermo, fue trasladado al centro de refugiados de Baena (Córdoba). Ante la persistencia de sus dolencias, acabó ingresado en el Hospital Infanta Margarita de Cabra (Córdoba), donde le descubrieron lesiones óseas en las cervicales y lumbares.
El equipo médico tomó la decisión de recomendar su traslado al Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba donde le esperaba una larga estancia, inmovilizado, incluso con una fijación externa que impedía la movilidad del cuello.
Una auxiliar de enfermería de Cabra quedó especialmente conmovida con su situación y decidió ir más allá de la atención profesional. No quiso desentenderse de Kalilou. Le visitó casi a diario en el Reina Sofia, siguió su evolución médica y se encargó de los trámites administrativos necesarios para lograr su permanencia en el país por motivos humanitarios. Hasta organizó una rifa para comprarle un móvil con el que comunicarse con su familia.
Dado de alta, Kalilou ha vuelto a Baena, a un centro de estancia temporal, pero su salud le impide trabajar. Tampoco tiene permiso para ello. Está a la espera de que califiquen su grado de discapacidad y de entrar en contacto con alguna asociación de discapacitados que le pueda orientar.
Su estado de salud ha mejorado gracias a los cuidados médicos. Pero no menos importante han sido el afecto, la estima y el respeto dispensados por un «ángel de la guarda», con un corazón inmenso, que ha repartido sus cuidados imprescindibles más allá del deber profesional. Rosa Belén Gómez se llama.
Discernimiento
De la exhortación apostólica Gaudete et exultate (Alegraos y regocijaos) sobre la santidad, subrayamos tres cuestiones:
1. «Lo que interesa es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él» (n. 11). «Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra (…) ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos» (n. 14).
2. «Que cada instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor» (n. 31). «Lo que mide la perfección de las personas es su grado de caridad» (n. 37).
3. «¿Acaso puede entenderse la santidad al margen del reconocimiento de la dignidad de todo ser humano?» (n. 98). «Esto implica para los cristianos una sana y permanente insatisfacción. Aunque aliviar a una sola persona ya justificaría todos nuestros esfuerzos, eso no basta (…) no se trata solo de realizar algunas obras buenas, sino de buscar un cambio social» (n. 99).
Actúa y transforma
La llamada a la santidad se concreta en crecer en humanidad en la vida cotidiana, con nuestra manera de vivir y actuar. Nos invita a desarrollar una vida presidida por el amor en personas concretas, favoreciendo nuevas relaciones sociales que hagan posible una vida buena. Además se concreta en la lucha por la justicia para que toda persona le sea reconocida su dignidad.
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Redactor jefe de la revista ¡Tú!